dagas clavadas en el cuerpo

Descripción de la publicación.

4/30/20243 min read

Las emociones.
Como dagas clavadas en el cuerpo.

Escrito por: Lic. Juan Cruz Cúneo
Equipo de Autoinmunes en la Mujer.

Subestimamos las consecuencias de una emoción, todo el tiempo. Pero cuando sucede algo, ese episodio inesperado el dolor se siente como una daga que se clava en el cuerpo. Físicamente se siente a la emoción punzante clavarse en el medio del pecho. Una sensación de vacío, un dolor tan profundo que se siente eterno o llega al alma. Fue esa traición, esa discusión, eso que hizo el otro y de golpe entra la estocada en el medio del plexo, puntual, doloroso, angustiante. Y parece que no está permitida la reacción, en las palabras del responsable aparecen frases como “estás exagerando”, “no fue tan así”, “te estás armando una película que no es”, quitando los derechos a reaccionar, a enojarse, a responder frente a lo sucedido. Se clavan más profundas las emociones en el cuerpo, aunque no haya sido esa la intención del otro. Duele.

Las emociones no son las responsables, es otro que las genera y es nuestro cuerpo el que las recibe, retiene, intenta frenar pero no puede. Es el cuerpo el que duele cuando una emoción tiene esa cualidad y esa capacidad de lastimar, aunque no se pueda explicar, ¿por qué siempre hay que poder explicar el dolor? Duele y punto. No hace falta más.

No son las responsables, es ese otro que en sus manos, en sus actos, en sus palabras y actitudes despierta emociones que pueden ir (o no) acompañadas de sentimientos; que no necesariamente vengan con malas intenciones o con alguna intencionalidad neutra, sin embargo genera un dolor, genera un enojo, una decepción, una ruptura, una pérdida de la confianza. Porque el puñal se siente dentro, clavado, como si nada lo pudiera sacar de allí. Es claro que duele la emoción, pero también es muy evidente que duele en el cuerpo. Allí es donde las emociones se vuelven materia, donde las acciones u omisiones del otro se vuelven emociones que dañan. Ahí es donde ubicamos al principio de las autoinmunes, en ese vínculo con el otro y en las emociones está el origen de lo que va a convertirse (tal vez sí, tal vez no) en un síntoma autoinmune.

Cuando creemos que ese otro tiene razón y nos convencemos de que no tenemos derecho a reaccionar, ni responder ni sentir, es allí donde las defensas se vuelven hacia el adentro y pelean con las emociones que deberían salir. Donde le damos más poder a la palabra del otro que a la nuestra corremos el serio peligro de invalidar lo que sentimos y, por ende, no permitirnos las reacciones y respuestas. La emoción no se externaliza. La emoción se queda clavada allí donde fue puesta por el otro. La emoción hace que duela el cuerpo y las defensas autoinmunes van a batallar contra ese dolor, generando señales de alarma, de aviso, de emergencias: los síntomas. Allí donde nosotros prohibimos la externalización es donde el dolor se convierte en síntoma físico o, con el correr del tiempo, en una autoinmune (o varias).

Las emociones pueden nacer en una palabra, en un gesto, en una acción o en una omisión; en un silencio, en un secreto, en las actitudes de ese otro que no se hace cargo de lo que genera y, encima, invalida la respuesta con muchos argumentos defensivos, descalificativos y anuladores como son la acusación de exageración, de dramatismo, de llamado de atención, de mala comprensión o interpretación equivocada de los hechos. Allí donde ese otro se posiciona en el lugar de la razón y la única verdad, es donde el puñal de las emociones daña más profundamente.

Y no hay reparación, aún sabiendo que la sola comprensión aliviaría mucho el dolor.

Entonces, queda el trabajo personal. Queda la opción y la gran posibilidad de ser uno quien quita esas dagas de allí. Donde la posibilidad se convierte en una oportunidad para sanar y al validad la propia voz, poder valorar lo que somos. Y lo que nos ha pasado.

Pero para todo eso, debemos hacernos cargo del tamaño del puñal, del volumen emocional, de quien está detrás de esa mano que lo ha clavado y de las circunstancias externas e internas. Por más que eso nos lleve, necesariamente, a tomar decisiones que nos incomodan.

Las emociones tienen el tamaño del puñal, que tiene el tamaño de las circunstancias y de ese otro que nos ha dañado.

Todo eso queda reflejado en el volumen del síntoma, en su dolor, en su gravedad.

Y en nuestro sufrimiento.